Hay mucho que contar de este disco. En primer lugar, que compuse varias de esas canciones en pocas semanas, en una de esas etapas en las que uno no sabe cómo parar, cuando las ideas, las melodías, las palabras afloran, como empujadas por una fuerza que viene de nadie sabe donde y que obliga a escribir y seguir escribiendo. Por otra parte, está la generosa participación de Jorge Pardo, José Antonio Labordeta y Javier Bergia que han dado valor a cada nota, a cada verso. Ya tuve ocasión de colaborar con Jorge Pardo a mediados de los años 80, cuando participaba en la prodigiosa banda de Joan Bibibloni, junto a Max Sunyer, Josep Mas Kitflus, Nando González, Stephen Frankevich, Juan Carlos Mendoza o Wally Fraza. Por las exigencias constantes de su agenda, Jorge nunca había oído la canción El hombre más feliz del mundo al entrar en el estudio de grabación. Cuando se la había hecho escuchar un par de veces, interrumpió la escucha con un ¡a grabar!, dirigido al técnico de sonido, que me dejó perplejo. El disco ha quedado con esa primera toma. Llegar y grabar. Por numerosas razones, acumuladas a lo largo del tiempo, hacía mucho que quería grabar una canción con Labordeta. Unos años antes, participé con una de sus canciones, La vieja, en el disco colectivo que da testimonio de nuestra participación en el Festival Pirineos Sur que le homenajeó. Como siempre, me dijo que sí en cuanto se lo propuse. Elegí la canción Djiby Niang por su temática, que pretende ser social y humana y por su forma, porque esa música estaba lejos de lo que José Antonio acostumbraba hacer. No recuerdo cuándo descubrí a Javier Bergia. Solo sé que ambos éramos jóvenes. Su voz aguda y aterciopelada, su mirada inteligente, la personalidad de sus canciones tan distintas a las mías, todo me sedujo desde la primera vez. Cuando le conocí, muchos años después, caí, como todos, bajo el encanto de su ingenio y de su ternura. Un tipo bien, de esos que uno quiere tener por amigo. Por último, este disco tiene la particularidad de ser el primero que he compuesto al piano, en vez de con mi guitarra. Lo más importante de la música de una canción es la melodía y el piano me ha conducido hacia una musicalidad diferente, basada en armonías más sugerentes.
“Nunca podré pagar lo que tengo de ti, tanto me has dado, tan transparente. Aunque pudiera vivir eternamente no podría devolver lo que me has dado simplemente. Pero si muero mañana, todo puede ser, si no vuelvo a ver la primavera, mi ángel tienes que saber que es por ti que mi vida valió la pena. Cuida de nuestra casa y cuida de ti, de tus hijos, del amor profundo. Aunque muera estaré contigo cada segundo por haber hecho de mi el hombre más feliz del mundo. ”— Paco Cuenca
“Desde mi ventana veo botarates con corona, cruces tachando caminos que no arzobispean a Roma, falsos quijotes con panza, tarzanes sin aventura, guerreros con alma blanda, santurrones con armadura. Desde mi ventana veo desrumbados en patera, sin papeles empapelados, callejones con frontera, servidumbres de tenaza, libertades de escalpelo, privilegios de terraza, igualdades de entresuelo. ”—Desde mi ventana, Paco Cuenca
“No sé muy bien cómo empezar entre este vértigo de sustantivos. Tengo tanto que decir y tan pocas ganas de hablar. Quizá deje que la música me lleve porque no sé muy bien cómo empezar. ¿Qué fue de mi desenvoltura, mi cabriolas sobre el verbo hasta rebatir siempre lo contrario de lo contrario? No sé cómo metamorfosear voces agudas en palabras llanas, melodrama en melodía, dos medias vidas en tres minutos. ” —El 4 de septiembre, Paco Cuenca
“Vuelo y el cielo es un enjambre de suspiros. Perdí la vida en un minuto, sin rastro de sangre, sin morir, sin asfixia, sin colapso, sin que mi pulso deje de latir. Perdí la vida en un minuto, sin mi cadáver, sin defunción, sin fracturas, sin naufragio, sin viaje al alba hasta el paredón. En un minuto, perdí la vida en un minuto, sin duelo, sin gala, sin gloria, sin bala de plata en tu cañón. ”—La vida en un minuto, Paco Cuenca
“Pensaba que al envejecer todo sería más triste, pero como una virgen apareciste, milagrosa en mi conjuro. Me salvaste la vida y te juro que alcancé el cielo en el gris de tus ojos, el flequillo de tu pelo. Pensaba que al morir todo sería más trágico, pero la guadaña viene a mí con algo mágico: una sinfonía en murmuro. Dejo mis canciones y perduro, esparcido en el aire, un poco para todos, un mucho para nadie. ”— Las cinco estaciones, Paco Cuenca
“Mi rumbo a babor, mi-fa-sol-do mayor, mi micrófono, mi pecosa, mi mixtura. Mimbre que curvo cuando me empeño, miocardio que infartas si me apuras. Mi tatuaje, mitad tachón, la mitad de mi corazón. Mi charlestón, mi salsa con camarón, mi Hércules santo, mi paso al nuevo milenio. Mi dólar que me encasino en tus vegas, mi chelín que gasto con el aliento. Mi regaliz, mi trago de ron, la mitad de mi corazón. ”— Gigante en miniatura, Paco Cuenca
“Los años pasan, mi pequeño genio. Cuando ya no me quepas en los brazos cambiarás mis labios por los del primer Amor. Sabré compartir tus caricias con el alba de otros sueños. Llegará el día, si alcanzo a viejo, en que te veré luchar con la vida. El tiempo y tú sabréis hacer de ti un gran tipo, guardafaros, piloto, bombero, funcionario o bohemio. Mirarás entonces mis ojos de anciano y tendrás mi mano como guardo tus goces donde se guarda lo más grande y tierno: en el vivir, mi pequeño. ”— Leo, mi pequeño, Paco Cuenca
“La bruma que palidece la lejanía es el gris de los ojos de María. El viento aguijona de poniente si parpadea opalescente como la fina joyería. El destello que salpica la bahía es el brillo de los ojos de María. El viento acaricia de levante si pestañea su semblante como linterna de vigía. El meneo inquietante de su pupila me cabila, me cabila. La textura perfumada del rayo de su mirada me aturde y me espabila. ”— Los ojos de María, Paco Cuenca
“Quizá sea por los años que tengo, quizá por los que me han robado, quizá porque creo en la vida con todas mis fuerzas, en la suerte de buscar lo simple pero encontrar, sin haberlo pretendido, la maravilla... Quizá creas que a ti no te sirve de mucho, quizá no me entiendas si digo que te prenderás de la vida como yo me prendí, que no te hará faltar buscar en el cielo para encontrar, sin siquiera darte cuenta, la maravilla. ”— La maravilla, Paco Cuenca
Hay en la sobriedad una complejidad que lo magnifica y abarca todo.
En la primavera de 1971, en el pub The Gallery de Knokke-le-Zoute, en la costa belga del mar del Norte, el periodista Henry Lemaire convenció a su amigo Jacques Brel, ya retirado de los escenarios y con el que se encontró por casualidad, para que le concediera una entrevista improvisada. Enchufó la cámara y Brel, con la única ayuda de unas Gitanes sin filtro y de unas cañas, habló. Una de las numerosas y profundas reflexiones que esta grabación encierra hace referencia a los sueños y anhelos.
Mantiene que, hasta la adolescencia, todos hemos soñado con ser doctora, veterinario, bombero, astronauta, cantante o panadero, poco importa, y que, a partir de esa edad, los sueños se acaban y que la vida es una constante lucha para conseguir cumplirlos. Yo, a los 12 años, quería ser cantante. ¡Quién me iba a decir que lo conseguiría! Haber cumplido mi sueño y mil alegrías y oportunidades más que que he disfrutado, algunas regaladas, otras disputadas, justifican que piense que no sería justo si no reconociera que soy el hombre más feliz del mundo.